PERDONA NUESTRAS
OFENSAS COMO NOSOTROS PERDONAMOS A LOS
QUE NOS OFENDEN
El pan necesario para cada día nos preserva de la muerte física.
El perdón del Señor nos saca de la muerte eterna. Cada día de nuevo necesitamos
también este perdón. Nuestra deuda delante de Dios es impagable. Ningún hombre
la puede jamás pagar por "su justicia ". "No entres en juicio
con tu siervo, pues no es justo ante ti ningún viviente, Salmo 143,2. La misma
situación del hombre pecador describen las páginas del Nuevo Testamento:
"Si decimos": 'No tenemos pecado', nos engañamos y la verdad no está
en nosotros" 1 Ju 1,8. No se trata de una u otra ofensa en lo particular,
sino que el hombre pecador está en camino hacia el juicio, con la inmensa carga
de sus ofensas pasadas y presentes, entre los cuales tienen un lugar importante
los pecados de omisión.
Para los paganos de su tiempo y para los hombres neopaganos de
nuestro mundo secularizado, que no quieren reconocer el pecado y la
responsabilidad personal y social que tenemos delante de Dios, San Pablo
compuso un pequeño espejo de citas bíblicas:
No hay quien sea justo, ni siquiera uno solo.
No hay un sensato,
No hay quien busque a Dios...
Sepulcro abierto es su garganta,
Con su lengua urden engaños.
Veneno de áspides bajo sus labios...
Ruina y miseria son sus caminos.
El camino de la paz no lo conocieron,
No hay temor de Dios ante sus ojos.
Rom 3, 10...
A la gente superficial; que no se quiere convertir dice Jesús:
"Generación malvada y adúltera" Mt 12,39. Dios quiere celebrar
alianza de fidelidad con su pueblo. La infidelidad a esta alianza es la raíz
del pecado. ¿Celebramos la alianza del Nuevo y Eterno Testamento siempre con
tal fidelidad?
Únicamente
por los méritos de esta preciosísima sangre del Nuevo Testamento, derramada por
nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados, tenemos acceso
al Padre, podemos atrevernos a decir: "Perdona nuestras ofensas". La
justicia divina exige: "¡Paga lo que debes!" Pero el Hijo Unigénito
"canceló la nota de cargo que había contra nosotros... y la suprimió clavándola
en la cruz Col 2,14.
Habéis sido comprados por un precio muy alto I Cor 6,20; 7,23, por
la sangre del Cordero sin mancha 1 Pe 1,19.
Por el sacrificio de la cruz, sacrificio propiciatorio perpetuado
en cada Santa Misa, se nos abre el cielo y podemos ver al Padre, rico en
misericordia y dispuesto siempre a perdonar. "Movido a compasión el
Señor... le perdonó la deuda" (Mt 18,27).
Por su infinito amor con el hijo pródigo, el padre puso algunas
condiciones, para que la vuelta del hijo perdido fuera efectiva y duradera.
Primera condición: la contrición
El acto esencial de la penitencia, por
parte del penitente, es la contrición, o sea, un rechazo claro y decidido del
pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo, por el amor
que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento. La contrición,
entendida así, es', pues, el principio y el alma de la conversión, de la
metanoia evangélica que vuelve al hombre a Dios', como el hijo pródigo que
vuelve al padre, y que tiene en el sacramento de la Penitencia su signo
visible, perfeccionador de la misma atrición. Por ello, "de ésta
contrición del corazón dependen la verdad de la penitencia".
Segunda condición:
La Iglesia fue constituida por Cristo signo e instrumento de
salvación. En íntima conexión con Cristo tiene la Iglesia la tarea central de
la reconciliación del hombre: con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con
todo lo creado.
La carta del Papa Juan Pablo II "La Reconciliación y
Penitencia" publicada en Adviento del 1984, dice: "Nada puede
perdonar la Iglesia sin Cristo y Cristo no quiere nada perdonar sin la Iglesia.
Nada puede perdonar la Iglesia sino a quien es penitente, es decir a quien
Cristo ha tocado con su gracia; Cristo nada quiere considerar como perdonado a
quien desprecia a la Iglesia" Sermón del Beato Isaac de la Estrella.
Tercera condición:
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
Con ninguna petición del Padrenuestro
hay tanto peligro de pronunciarla con labios mentirosos. El que no quiere
cumplir al pie de la letra con lo que Cristo nos dejó como su testamento y como
condición de poder participar en el banquete eucarístico, tiene que oír la
advertencia: "Si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará
vuestras ofensas" Mt 6, 15.
Cristo no sólo enseñó el Padrenuestro, él es el primero que lo ha
vivido. Cuando sus peores enemigos habían logrado su asesinato como
"criminal", su total destrucción física y moral, y estaban en una
actitud verdaderamente diabólica burlándose del Señor en su agonía, una de las
últimas palabras de Cristo es: "Padre, perdónales, porque no saben lo que
hacen" Lc 23, 34.
Empezando por San Esteban, muchísimos mártires de la Iglesia
acabaron su vida con igual acto de perdón a sus enemigos y asesinos. Cuando
llevaron al Padre Miguel Pro, S.J. al patíbulo, sus asesinos sabían que era
inocente -el detective Quintana le dice al oído: "Padre, perdóneme
Usted". El sacerdote mártir contesta: "No sólo te perdono, hermano,
sino que te lo agradezco". Sabemos también de otros sacerdotes,
sacrificados inocentes durante la persecución religiosa del 1926 al 1929 que
murieron en la misma imitación del Señor crucificado.
Para nuestra propia debilidad queda un consuelo. Hasta Pedro, el
primer Papa, necesitó cierto tiempo para su radical conversión en este punto.
"¿Señor, cuantas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi
hermano? ¿Hasta siete veces? "Dícele Jesús:
"No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete" quiere decir siempre sin límites Mt 18,21-22.
Como médico Cristo nos invita al banquete eucarístico. Somos
pecadores y como tales nos reúne en su mesa sagrada. Pero si nos reunimos con el
Señor como miembros de su familia, rescatados y nutridos con su sangre,
debemos, precisamente por el poder de este manjar sagrado, amar como Cristo
amó, debemos sentir la alegría del perdón recibido, como aquella Magdalena, que
besó en el banquete los pies de Jesús y ungió su cabeza con aceite Lc 7,36-50.
"Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis en el reino de los cielos" Mt 5,20.
Debemos producir "dignos frutos de conversión" Lc 3,8 y
el perdón a los hermanos y hasta a los enemigos es la condición y el fruto más
indispensable para recibir diariamente de nuevo el perdón del Padre
Misericordioso.
El fruto más precioso del perdón
obtenido en el sacramento de la penitencia consiste en la reconciliación con
Dios, la cual tiene lugar en la intimidad del corazón del hijo pródigo, que es
cada penitente. Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene como
consecuencia, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el
pecado: el penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más
íntimo de su propio ser,... se reconcilia con los hermanos, agredidos y
lesionados por él de algún modo; se reconcilia con la Iglesia; se reconcilia
con toda la creación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario