martes, 17 de junio de 2014

EL ÉXODO



El Éxodo es el segundo libro de la Biblia. Se trata de un texto tradicional que narra la esclavitud de los hebreos en el antiguo Egipto y su liberación a través de Moisés, quien los condujo hacia la “Tierra Prometida”.

En el judaísmo, el libro del Éxodo forma parte del canon, encontrándose contenido en la Torá y formando uno de los cinco libros del Pentateuco, que forman la primera parte de la Biblia hebrea (también conocida como Tanaj). En el cristianismo, el libro del Éxodo también forma parte del canon y se encuentra en el Antiguo Testamento.

Éxodo proviene del latín exŏdus, y éste del griego, que significa ‘salida’.

En el judaísmo, el texto tradicional es conocido en hebreo como Shemot, término cuyo significado literal es ‘nombres’.

Es en la Septuaginta donde se lo titula Éxodos. Al realizarse la traducción al latín, se adoptó dicho nombre, que fue entonces expresado como exŏdus. Las diferentes transformaciones en la grafía necesarias según cada idioma dieron lugar al término “Éxodo”.

El principal propósito del Éxodo es mantener vivo en la memoria del pueblo hebreo el relato fundacional de dicho grupo como nación: a partir de la salida de Egipto, una vez libre y dirigiéndose hacia la Tierra Prometida, el pueblo israelita adquirió por primera vez conciencia de su unidad étnica, filosófica, religiosa y nacional, dado que el Libro del Éxodo se refiere a la esclavitud de los hebreos en Egipto y la epopeya que condujo a liberarlos de tal condición, haciendo de ellos un grupo libre, con identidad nacional propia y a su vez provisto de Ley.

A partir del citado pasaje bíblico que el pueblo de Israel ha considerado —y aún considera— su obligación el narrar la relato del Éxodo a lo largo de cada celebración pascual. Ello tiene lugar cada Séder de Pésaj, cuando el pueblo de Israel lee y rememora los contenidos que se encuentran expresados en la Hagadá pascual.

El Libro del Éxodo establece también las bases de la liturgia y del culto del pueblo Israel; el libro en cuestión está a su vez dominado en toda su extensión por la figura del patriarca Moisés, quien se desempeñó como líder, conductor y legislador del pueblo de Israel.

El Libro del Éxodo no es exclusivamente narrativo, sino que contiene también leyes, himnos y oraciones.

Tradicionalmente, tanto judíos como cristianos atribuyen el libro del Éxodo, así como también todos los demás libros del Pentateuco, a Moisés.

El tradicional relato presenta el libro del Éxodo es conocido por los israelitas en términos de leyenda pascual: durante la celebración de la pascua judía se lee la Hagadá de Pésaj. En hebreo, hagadá significa tanto “relato” como “leyenda”, de donde puede interpretarse que en esa festividad judía se lee una narración tradicional, la que a su vez es también una leyenda o mito fundacional del pueblo de Israel.

Desde un punto de vista científico, el libro del Éxodo constituye antes que nada una narración de carácter religioso y cultural; los eventos relatados en dicho libro no necesariamente deben ser interpretados en tanto que hechos reales, sino como una semblanza poética y epopeya identitaria de considerable valor simbólico.

Como leyenda, el libro bíblico del Éxodo describe una epopeya nacional, mas una de cuya existencia investigadora y científica prácticamente no disponen de evidencia contundente para corroborar o sustentar los eventos en él narrados. Esta situación ha dado lugar a diferentes teorías. Una de ellas, por ejemplo, sostiene que los hebreos no habrían sido dejados en libertad sino que habrían sido expulsados de Egipto.

La situación se complica además debido a que la tradición hebrea ha sido inicialmente y durante varios siglos una tradición de corte oral, de la que por el momento sólo se conocen documentos escritos que datan del siglo VIII antes de la Era Común.

Existe también la así denominada “hipótesis de los dos éxodos”. Ante la ausencia de pruebas arqueológicas sobre el éxodo de los israelitas, algunos investigadores suponen que la tradición hebrea podría estar basada en fragmentos o restos de hechos reales y plantean la posibilidad de que haya ocurrido más de una salida de grupos semíticos desde Egipto en dirección Canaán.

Hay quienes a su vez suponen que el éxodo pudo haber tenido lugar en tiempos de Amenhotep IV, a quien se conoce también como “Akenatón”. Entre ellos se destaca Sigmund Freud, quien expresa tal convicción en su obra Moisés y el monoteísmo (1934-1939). Freud sostiene que la conexión monoteísta entre Akenatón y Moisés es sugerente y bien podría constituir una solución para el enigma que emana del libro del Éxodo.

Existen por otra parte otras tantas hipótesis acerca del tema, algunas contemplan olas migratorias que pudieron haber dado lugar no solo a uno sino a varios éxodos. Sea como fuere, la “hipótesis de los dos éxodos” acaso responda mejor que otras a lo ocurrido en términos históricos al sugerir diferentes restos recogidos por la tradición oral hebrea que, con el paso del tiempo, fueron entremezclándose y por último se fusionaron, dando lugar a la narración del libro del Éxodo.

Éxodo como leyenda literaria. En La Biblia desenterrada, Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman plantean la inexistencia del éxodo hebreo. En 2006, Finkelstein afirmó: «El éxodo no existió», sosteniendo que bajo la lupa de las indagaciones arqueológicas no hay prueba ninguna del éxodo; que décadas de búsquedas en Kadesh (Barnea) no arrojaron ningún resultado absoluto, a lo que se suma la completa inexistencia de evidencias egipcias —quienes, según él, eran fabricadas por “excelentes cronistas”—, y sobre todo —sostiene Finkelstein— porque la arqueología contradice sistemáticamente a la Biblia en este tema: hay evidencias de que en Canaán, (la Tierra Prometida), existían ya asentamientos proto israelíes desde mucho antes que las posible fechas del Éxodo desde Egipto. En otras palabras, Finkelstein propone que no existió ninguna conquista comandada por el guerrero israelita Josué, sino que Canaán fue invadido pacíficamente varios siglos antes de Josué por parte de nómadas extranjeros proto hebreos cuando el declive de las ciudades-estado cananitas.

En el relato bíblico se expone que, después de atravesar el Mar Rojo, los hebreos se adentraron en el desierto de Shur o Etam, y tres días después llegaron a Mara. En este lugar, la unidad del pueblo hebreo empezó a resentirse y hubo quienes murmuraron y, a pesar de los hechos que habían visto de Dios, se opusieron a Moisés (Éxodo, 15:24).

Desde Mara se trasladaron a Elim, un oasis de doce fuentes de agua, desde este lugar se adentraron el desierto de Sin en dirección al monte Sinaí orillando el mar Rojo; ya habían transcurrido dos meses desde la partida de Egipto. Aquí se verifica el evento del maná proporcionado por el dios Yahvé.

Ya en el desierto de Sin, la congregación se trasladó desde locaciones como Dofca y Alús. En Refidim ―cerca del monte Horeb, en el desierto de Parán, un lugar sin agua― combatieron por primera vez como pueblo contra los amalequitas, venciéndoles (Éxodo, 17:13). En este lugar, Moisés golpeó una roca con su vara e hizo brotar agua potable.

Desde Refidim, el pueblo hebreo entró al desierto del Sinaí y acamparon en las postrimerías del monte Sinaí o del monte Horeb a los 90 días de haber salido de Egipto. En este lugar, Moisés pudo ver a Yahvé, quien le entregó los Diez Mandamientos. Además constituyó el sacerdocio de Aarón (o sacerdocio levítico), las primeras leyes civiles y religiosas en el pueblo judío, adicionalmente se construyó el primer Tabernáculo, el Arca de la Alianza. (Éxodo, 25:10). En este lugar permanecieron dos años y dos meses. Al salir del Sinaí, el pueblo de Israel estaba regido en todo aspecto legal, civil, moral y religioso (Éxodo, 10:11).

Desde el Sinaí partieron al desierto de Parán y habitaron en Kibrot-hataava (Éxodo, 11:35) para trasladarse a Hazerot, en pleno desierto. Desde este lugar, Moisés asignó a doce espías para que reconocieran la tierra de Canaán (Éxodo, 13) desde el monte Neguev (en el desierto del mismo nombre). Mientras tanto, la congregación avanzó a Ritma y de allí a Rimón-Peres.

La tierra de Canaán reconocida estaba habitada por jebuseos, anacitas, amalequitas, amorreos y cananeos.

La información conseguida en cuarenta días, fue mal recibida por la congregación, dado que diez de los doce espías incitaron a murmuraciones en contra de sus líderes, lo que provocó una funesta rebelión en el pueblo en contra de Yahvé debido a que pensaban que Dios los estaba llevando a la muerte ante gente aparentemente más poderosa que los mismos israelitas y muchos pugnaron por volver a Egipto.

Yahvé maldijo a los diez espías, quienes fallecieron de plaga (Números, 14:36) y además condenó al pueblo de Israel a perderse durante cuarenta años en el desierto del Neguev. Solo Caleb y Josué fueron autorizados a salir del desierto y adentrarse en Canaán (Números 14:30). Israel intenta rebelarse ante la condena en el desierto pero son derrotados por los amorreos liderados por el rey de Edom y los obligan a permanecer entre Cades, el desierto de Moab y el Neguev y allí permanecen casi 40 años. Aarón fallece en el monte Hor (Números, 20:22-29).

Cuando se cumplieron los 40 años, y hubo fallecido toda la generación adulta, la generación precedente pudo por fin entrar a Canaán teniendo como líder a Josué Deuteronomio, 2:14 -24. Yahvé no autorizó a Moisés a entrar a Canaán y solo le permitió observar la tierra de la herencia desde el monte Pisga o Nebo Deuteronomio, 3:27 y Deuteronomio, 32: 48-52 para fallecer en este mismo lugar y ser enterrado en Moab.

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