CUANDO TE DIRIJAS
AL PADRE, DILE ASI:
PADRE NUESTRO… QUE ESTAS EN LOS
CIELOS
Para nuestra vida
personal y comunitaria es de suma importancia el concepto que tengamos de Dios.
A pesar de la íntima familiaridad que supone para los bautizados la aclamación
"Abbá" -"Querido Padre"- nunca hemos de perder el respeto
que debemos a Dios de gloria y majestad, al Dios que es el dueño de la viña de
mi alma, al Dios que me exigirá cuentas de como he administrado los talentos
recibidos. Los designios del Padre son inescrutables. Algunos rezan a Dios con
un concepto infantil, nunca profundizan, porque su doctrina quedó al nivel de
la Primera Comunión. Tal como es el hombre, así es su idea de Dios. Algunos
parecen creyentes y no lo son.
Jesús, el único que conoce bien al Padre, nos advierte que hay dos
peligros principales para falsificar la imagen del Aquel que está en los
cielos. De un lado es el paganismo. No debemos rezar como los paganos, quienes
por el esfuerzo de muchas palabras irrespetuosas quieren bajar a Dios del cielo
al nivel de su miserable inteligencia egoísta y tratar con él como con un
negociante.
De otro lado están los fariseos, que rezan con los labios según
las leyes prescritas, pero su corazón está lejos de Dios, a tal grado que
crucificaron a Jesús, "porque llamaba a Dios su Padre" Jn 5,18. De
ellos dice Jesús: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí. Vuestro
Padre es el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este fue
homicida desde el principio... es mentiroso y padre de la mentira" Jn 8,44.
Con qué reverencia debemos levantar el
corazón al Padre en los cielos nos explica el obispo San Cipriano que murió en Cartago
en el 258 como mártir.
Cuando nos ponemos en su presencia para
orar, lo llamamos con el nombre de Padre, ninguno de nosotros se hubiera nunca
atrevido a pronunciar este nombre en la oración, si él no nos lo hubiese
permitido. Por tanto. Hermanos muy amados debemos recordar y saber, que pues
llamamos Padre a Dios, tenemos que obrar como hijos suyos, a fin de que él se
complazca en nosotros...
Sea nuestra conducta cual conviene a
nuestra condición de templos de Dios, para que se vea de verdad que Dios habita
en nosotros. Que nuestras acciones no desdigan del Espíritu: hemos comenzado a
ser espirituales y celestiales y, por consiguiente, hemos de pensar y obrar
cosas espirituales y celestiales.
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE
Dios mismo es el Arcano, es el Impenetrable. En el
"Magníficat", María exclama "Santo es su nombre". El es
totalmente diferente a cada criatura. Delante de su gloria y santidad el hombre
pecador sólo puede exclamar: "¡Ay de mí, que estoy perdido! Pues soy un
hombre de labios impuros'" Ts 6,5.
Oigamos de nuevo una meditación de San Cipriano sobre el
Padrenuestro:
¿Por quién podría Dios ser santificado,
si es El mismo quien santifica? Más, como sea que El ha dicho: Sed santos,
porque yo soy santo, por esto pedimos y rogamos que nosotros, que fuimos
'santificados' en el bautismo, perseveremos en esta santificación inicial. Y
esto lo pedimos cada día. Necesitamos, en efecto, de esta santificación
cotidiana ya que todos los días delinquimos, y por esto necesitamos ser
purificados' mediante esta continua y renovada santificación"
Cuando Moisés era ya como de cuarenta años, pastor del rebaño de
su suegro Jetro, llegó una vez hasta la montaña de Dios, Horeb. Después de la
visión de la zarza ardiente recibió del Dios personal, del Dios de Abraham,
Isaac y Jacob, la misión de sacar al pueblo de Dios de la esclavitud de los
egipcios. Moisés contestó a Dios: Si voy a los hijos de Israel y les digo:
"El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros;" cuando me
pregunten: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés:
"YO SOY EL QUE SOY". Así dirás a los hijos de Israel: "YO
SOY" me ha enviado a vosotros Ex 3, 14. Es la revelación más importante de
Dios en el Antiguo Testamento. Dios no se queda en el anonimato, se compromete
con su pueblo, lo libera, lo protege, camina con él, es el Dios de la alianza
de la vida, de una amistad fiel.
Pero exige también de nosotros compromiso de fidelidad. En la
antigua alianza Dios manifestó: "A vosotros os he llevado sobre alas de
águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y
guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los
pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mi un reino de sacerdotes y
una nación santa" Ex 19,4-6
Dios exige a los judíos la santificación. Deben guardar los diez
mandamientos, no deben abusar del nombre divino, no deben profanarlo, deben
guardar los días sagrados, las fiestas religiosas, los ritos sagrados, deben
obedecer al pastor instituido por Dios.
Jesús nos revela que no solo nos llamamos hijos de Dios sino que
lo somos realmente.
Por el bautismo hemos sido santificados y llamados a santificar
toda nuestra vida, nuestros trabajos, sufrimientos y nuestro tiempo libre con
sus alegrías legítimas. Sin la gracia santificante somos malos y no
santificamos nada. Profanamos nuestra vida y hasta la vida de otros. Algunos jóvenes
alegan, que ya no participan en la Santa Misa porque se aburren, porque no
sienten nada atractivo, porque la Misa ya no les da nada.
Lógico, si no pedimos el Espíritu Santo, si no vivimos nuestra
consagración bautismal si no captamos que cada uno de nosotros es llamado con
un nombre personal a esta alianza de amor, quedamos como los ciegos, los sordos
y los mudos.
Cristo nos ha manifestado el nombre del Padre. "Yo les he
dado a conocer tu Nombre" Jn 17,26. El es la mano extendida del Padre
misericordioso. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, el primer Papa, San
Pedro realiza el milagro de curar a un hombre tullido e inactivo junto a la
puerta Hermosa del Templo. Delante de las Autoridades hostiles hace la
confesión solemne: "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debemos salvamos" Hech 4, 12.
Celebrando en el nombre de Jesús la Eucaristía nos salvamos y nos
santificamos.
"¡Oh Dios!, Señor nuestro, qué glorioso es tu nombre por toda
la tierra" Salmo 8,2.
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