Jesús dijo a sus discípulos:
Pidan y se les dará; busquen y
encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que
busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de ustedes, cuando su
hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto
más el Padre de ustedes que está en el Cielo dará cosas buenas a aquéllos que
se las pidan!
Todo lo que deseen que los
demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los
Profetas.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
Dios
pide nuestra conversión, mejor dicho, Dios pide que nos dejemos reconciliar por
Él. La conversión, antes que un esfuerzo de nuestra parte es un don de Dios, un
don que tenemos que acoger. Y lo acogemos en la medida en que lo pedimos.
“Señor, concédenos el don de la conversión”
“Señor, concédenos el don de la conversión”
Aunque Dios sepa todo lo que necesitamos antes de
pedírselo, presentemos a Dios nuestra pobreza, la pobreza del mundo... Cuando
pedimos, reconocemos nuestra realidad, crece nuestra confianza en la bondad de
Dios y, si nos conviene,
Él nos da fuerza para hacer realidad nuestra
petición.
Dios y Padre nuestro, fuente de todo bien, es
necesario pedirte con confianza cuanto precisamos; es justo darte gracias por
todo lo que recibimos; es bueno rezar, siempre, en la alegría y la tristeza, y
en todo lugar: en la calle y en el monte, en casa y en la iglesia… Aunque
conoces nuestros deseos antes de contártelos, aunque no precisas nuestra
oración para bendecirnos,
nosotros necesitamos rezar para abrir el corazón y acoger tus dones, para sentir tu cercanía, tu ternura, tu amor, tu fuerza...
nosotros necesitamos rezar para abrir el corazón y acoger tus dones, para sentir tu cercanía, tu ternura, tu amor, tu fuerza...
Gracias, Padre, porque tú inspiras nuestra oración,
porque tus oídos nunca están cerrados a nuestras súplicas y nos ofreces el
regalo, siempre nuevo, de tu Palabra.
Gracias, porque acoges con alegría nuestra oración, para que nos sirva de salvación, porque rezar nos ayuda a vivir más felices, al sentirnos hijos tuyos, hijos amados, y hermanos de todas las personas. Amén.
Gracias, porque acoges con alegría nuestra oración, para que nos sirva de salvación, porque rezar nos ayuda a vivir más felices, al sentirnos hijos tuyos, hijos amados, y hermanos de todas las personas. Amén.
Tú, mi esperanza, óyeme para que no sucumba al
desaliento.
Tú, mi anhelo, óyeme para que no me dé por
satisfecho.
Tú, vida para mi vida, óyeme para que no deje de
buscarte.
Buscarte día a día, en soledad y compañía, en los
momentos de euforia y alegría,
y en los de tedio y desgana.
y en los de tedio y desgana.
Buscarte compartiendo y recibiendo, buscando y preguntando,
sirviendo y sembrando, luchando y amando, orando y glorificando, trabajando y
estudiando,
dialogando y soñando, muriendo y creando, viviendo sin fronteras ni murallas.
¡Te busco, Dios! ¡Quiero ver tu rostro! ¡¡Quiero ver tu rostro!!
dialogando y soñando, muriendo y creando, viviendo sin fronteras ni murallas.
¡Te busco, Dios! ¡Quiero ver tu rostro! ¡¡Quiero ver tu rostro!!
Saliste a mi encuentro cuando no te esperaba. Atravesaste
puertas y ventanas,
valles y montañas ríos y murallas, desiertos y playas, calles y plazas,
tugurios e iglesias, tabernas y fábricas...
valles y montañas ríos y murallas, desiertos y playas, calles y plazas,
tugurios e iglesias, tabernas y fábricas...
Te hiciste el encontradizo.
Me sorprendiste a tu manera.
Me tomaste de la mano como si nos conociéramos de
toda la vida.
Y estuvimos un rato juntos.
Te vi un poco, te sentí junto a mí.
Quiero conocerte más y tenerte más cerca.
Quiero sentir el calor de tu regazo, la ternura de
tus entrañas, la pasión de tu corazón, la angustia de tu alma, las palabras de
tu boca, el aliento de tu espíritu...
No te hagas esperar.
Te estoy llamando.
Ábreme y déjame entrar...
¡Te busco, Dios! ¡Quiero ver tu rostro! ¡¡Quiero
ver tu rostro!!
Amén
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