Jesús dijo a sus discípulos:
Les aseguro que si la justicia
de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el
Reino de los Cielos.
Ustedes han oído que se dijo a
los antepasados: "No matarás", y el que mata, debe ser llevado ante
el tribunal. Pero Yo les digo que todo aquél que se irrita contra su hermano,
merece ser condenado por un tribunal. y todo aquél que lo insulta, merece ser castigado
por el Tribunal. Y el que lo maldice, merece el infierno.
Por lo tanto, si al presentar
tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra
ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces
vuelve a presentar tu ofrenda.
Trata de llegar en seguida a
un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el
adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te
aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en
mi vida?
A
veces oímos o decimos: “yo ni mato, ni robo”. Sin embargo, nos cuesta muy poco
criticar, insultar, hablar mal... Y, aunque nos parezcan inocentes nuestros
comentarios, a veces herimos, herimos mucho.
“Señor,
perdona nuestras críticas ácidas”
“Danos
un corazón sensible y una palabra delicada”
“Gracias
por las personas que tienen un corazón bueno”
No
es compatible el amor a Dios y el odio al hermano, aunque nos haya hecho mucho
daño. No es compatible. Quizá anide en nuestro corazón algún resentimiento,
algún rencor, algún deseo de venganza. Pongamos todo en manos de Dios, para que
la oración y las penitencias de la Cuaresma nos conduzcan a la reconciliación y
la paz de la Pascua,
Te damos gracias, Dios nuestro y Padre
todopoderoso, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, y te alabamos por la obra
admirable de la redención.
Pues, en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú
diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación.
Tu Espíritu mueve los corazones para que los
enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos
busquen la unión.
Con tu acción eficaz puedes conseguir que la
violencia se apacigüe y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio
y la indulgencia a la venganza.
Por eso, debemos darte gracias continuamente, a Tí,
Padre, que gobiernas el universo, te bendecimos por Jesucristo, tu Hijo, que ha
venido en tu nombre.
Él es la palabra que nos salva, la mano que tiendes a los pecadores, el camino
que nos conduce a la paz.
Dios y Padre nuestro, nos habíamos apartado de ti y
nos has reconciliado por tu Hijo, a quien entregaste a la muerte para que nos
convirtiéramos a tu amor y nos amáramos unos a otros.
Concédenos tu Espíritu, para que desaparezca todo
obstáculo en el camino de la concordia y la Iglesia resplandezca en medio de
los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz.
Que este Espíritu, vínculo de amor, nos guarde en
comunión con el Papa, con nuestro Obispo, con los demás Obispos y todo tu
pueblo santo.
Así como nos reúnes en la Eucaristía, en torno a la
mesa de tu Hijo, unidos con María, la Virgen Madre de Dios, y con todos los santos, reúne
también a los hombres y mujeres, de cualquier clase y condición, de toda raza y
lengua, en el banquete de la unidad eterna, en un mundo nuevo donde brille la
plenitud de tu paz. Por Cristo, Señor nuestro.
Amén
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