Jesús fue con Santiago y Juan
a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo
dijeron de inmediato. Él se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar.
Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de
ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad
entera se reunió delante de la puerta. Jesús sanó a muchos enfermos, que
sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a éstos no los
dejaba hablar, porque sabían quién era Él.
Por la mañana, antes que
amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo
orando. Simón salió a buscarla con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le
dijeron: «Todos te andan buscando».
Él les respondió: «Vayamos a
otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he
salido».
Y fue por toda la Galilea,
predicando en las sinagogas de ellos y expulsando demonios.
Palabra del
Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Pueden ayudar estas
ideas:
Jesús
tuvo su residencia en Cafarnaúm la mayor parte de su vida pública.
Allí tuvo una intensa actividad y, junto al Mar de Galilea, llamó a sus
primeros discípulos. Ahora aparece curando a la suegra de Pedro. Es curioso:
Jesús nos cura de nuestras dolencias físicas o morales no para adornar nuestras
vidas con su gracia, sino para que sirvamos a los demás. Por eso a la suegra de
Pedro «se le pasó la fiebre y se puso a servirles», porque amor con amor se
paga. ¿Quién no es lo suficientemente agradecido para perdonar a los demás si
Dios nos perdona tanto a nosotros? ¿Quién no podría amar a los demás si Jesús
mismo se arrodilla y te sirve, sale a tu encuentro cada mañana, se regala en
los sacramentos, te infunde fortaleza y confianza, si te muestra tu propia
verdad y cura tus heridas con su amor? Ahora pregúntate, ¿respondo yo al amor
de Dios como debo o soy descuidado y olvidadizo? ¿Cómo agradecer todo el bien
recibido con actos de amor y compromisos concretos?
Te doy
gracias de todo corazón, Señor, Dios mío, te diré siempre que tú eres amigo fiel.
Me has
salvado del abismo profundo, y he experimentado
tu misericordia.
Me has
librado de los lazos de la tentación, y he
experimentado tu misericordia.
Me has
hecho revivir, volver al camino, y he experimentado
tu misericordia.
Has
curado la fiebre que me impide servir a los hermanos.
Has
abierto mis ojos y mis oídos para ver y escuchar a quién me necesita.
Sigue
protegiendo mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Señor,
yo me alegro, porque eres un Dios compasivo.
Me
alegro porque eres piadoso y paciente.
Me
alegro porque eres misericordioso y fiel.
Señor,
mírame. Ten compasión de mí. Dame fuerza.
Protege
mi vida. Sálvame. Confío en ti.
Tú,
Señor, siempre estás pronto a ayudarme y a
animar mi corazón cuando decae.
Tú,
Señor, toma mi corazón de barro y moldéalo según la
grandeza de tu misericordia.
Protege
mi vida. Sálvame. Confío en ti.
La
compasión y la solidaridad ante el dolor de la gente es un distintivo de Jesús.
¡Cuánto sufre la gente! Detrás de cada puerta hay una historia marcada por el
dolor, no se salva ninguna casa.
Compartir
el sufrimiento de los demás pone mucha luz y profundidad en nuestras vidas
marcadas por la prisa y la superficialidad.
Para
ello es necesario vivir en oración. Sólo un corazón apasionado por Dios puede
amar con libertad y verdad a los hombres según el mandamiento nuevo. Jesús no
se deja absorber por el bullicio ni el activismo, sino que acude a la oración:
lo primero es vivirnos desde Dios.
San
Juan de Ávila decía que «más imprime una palabra después de haber estado
en oración que diez sin ella» y «no hagas cosa que primero no encomiendes a
Dios, pues va tanto en ello o acertar o errar». Sin mística no puede haber
acción en nombre de Dios.
¿Pongo
a Dios en el primer lugar y lo amo sobre todas las cosas? ¿Se nota eso en el
tiempo que le dedico a la oración y en el interés que pongo a la hora de cuidar
mis encuentros con el Señor en la Misa dominical y en la lectura diaria del
Evangelio?
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