Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió
mucha gente de Galilea. Al enterarse de lo que hacía, también fue a su
encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la
Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. Entonces mandó a sus discípulos
que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como sanaba a muchos todos los que padecían algún mal se
arrojaban sobre Él para tocarlo. Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se
tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Jesús les
ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.
Palabra del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Pueden ayudar estas
ideas:
La
gente seguía a Jesús. Tenían hambre, hambre de esperanza, hambre de alegría,
hambre de amor, hambre de verdad... hambre de Dios, en definitiva. Dejan sus
quehaceres, sus casas y se van a escuchar a Jesús.
¿Tengo
hambre de Jesús? ¿qué hago por seguirle, por escucharle? ¿qué estoy
dispuesto a dejar por estar con Él? ¿qué te dice Dios? ¿Qué le dices?
Mi
corazón inquieto busca sentido para mi vida; mi corazón insatisfecho
te busca a Ti, Dios mío, y tiene sed y tiene
hambre y tiene ganas de ti, como la cierva que
busca el agua; o el niño hambriento, el pan.
En mi
camino muchas veces no te he buscado y me he perdido.
Mi
desorden, mi egoísmo y mi orgullo cegaron las búsquedas.
Mis
pecados se convirtieron en lágrimas que mojaron mi pan, y al comerlo me preguntaba de nuevo: ¿Dónde está tu Dios?
¡Cómo
lo siento, Señor!: mi corazón tiene sed de ti; mi corazón
busca en ti a Alguien que llene su existencia.
Te
busca con pasión y con fuerza, Oh Dios vivo, Dios de la vida, y me pregunto a cada paso. ¿Cuándo
veré tu rostro, tu faz, Oh Dios?
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