Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra
orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron en la barca, así como
estaba. Había otras barcas junto a la suya.
Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca,
que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el
cabezal.
Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos
ahoguemos?»
Despertándose, Él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio!
¡Cállate!» El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?»
Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es
éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?»
Palabra del Señor
¿Qué me quieres
decir, Señor?
¿Cómo puedo hacer
realidad este evangelio en mi vida?
Pueden ayudar estas
ideas:
El
Evangelio de hoy es un reflejo de nuestra propia vida. ¿Cuántas veces hemos
sufrido problemas que nos han turbado y quitado la paz mientras parecía que
Dios estaba dormido? No pocas veces hemos gritado a Dios porque creíamos
hundirnos. Pero miremos la reacción de Jesús: reprocha nuestra falta de fe. Lo
contrario de la fe y del amor no es el odio, sino nuestra cobardía.
“Jesús,
tengo fe pero dudo, ayuda a mi pobre fe”
Jesús
no nos deja de la mano, pero a veces parece que está dormido. Esto nos hace ser
más fuertes, nos provoca para que andemos por nosotros mismos a la luz de la
fe. Si no sentimos consuelo en la oración creemos que Dios está lejos de
nosotros y nos echamos atrás. Sin embargo, Jesús es nuestro tesoro, y los
tesoros están ocultos. Hay que pasar por los desiertos de la sequedad y
monotonía en la oración. Hay que ser valientes en esas noches en las que no
vemos ni sentimos nada. Muchos se desesperan y se cansan. Los valientes llegan
hasta el final y Dios premia sus ansias y su amor, su fidelidad.
¿Me
canso en la oración y creo que en vez de caminar hacia Dios estoy
retrocediendo? Si es así es que vas en la barca con Jesús, que no tenga que
reprochar nuestra cobardía. Da gracias porque viene con nosotros en medio de la
tempestad y de la noche.
Señor,
tanto si me respondes como si no, quiero seguir invocándote, invocándote sin cesar, bajo
las bóvedas de la asidua oración.
Tanto si vienes como si no vienes, quiero seguir
confiando en Ti: sabiendo que entras en mi interior a poco que abra el corazón
a ti y al hermano.
Tanto si me hablas como si no, no permitas
que me canse de invocarte.
Aunque no me des la respuesta que espero, que no dude
de que, de un modo u otro, discretamente, te dirigirás a mí…
En la oscuridad de mis oraciones más profundas, sé
que estás cerca, aunque no te sienta.
En medio de la danza de la vida, de la enfermedad y
de la muerte, ayúdame a invocarte sin descanso, sin caer en la desconfianza
por tu aparente silencio.
Dame una fe recia para esperar tu palabra, tu
presencia, tu paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario