martes, 17 de mayo de 2016

EL QUE RECIBE A UNOS DE ESTOS PEQUEÑOS EN MI NOMBRE ME RECIBE A MÍ




Jesús atravesaba la Galilea junto con sus discípulos y no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe no es a mí al que recibe sino a Aquél que me ha enviado».


Palabra del Señor


¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Como a los discípulos del Evangelio, a nosotros, discípulos de hoy, Jesús nos instruye sobre el misterio de su presencia en nuestro mundo, el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Discípulo significa seguidor, aprendiz; pero en el Evangelio a menudo los discípulos no entienden nada, y hoy, además tienen miedo a preguntar, les falta una fe sólida, necesitan profundizar más.

No es Jesús el que aleja a los discípulos de la realidad, son ellos los que miran hacia otro lado, los que se preocupan por quien es el más importante. Frente al orgullo y al afán de poder, Jesús nos llama al servicio y nos invita a ser acogedores.

¿Experimento cada día que soy importante, en la medida que soy más servicial?

¿Descubro la presencia de Dios en los que se acercan a mí, sobre todo en los más indefensos, necesitados y desvalidos? ¿Acojo a los demás como si acogiera al Padre?

Para salir de uno mismo y andar por la vida, para dejar lo ya conocido y pasar por Samaría, para conjugar tolerancia y radicalidad a lo largo del camino, para crear espacios evangélicos y entrar en tu reino...

Dame mirada corta, de orfebre, que descubra, aprecie y ame lo más diminuto y escondido, y una mirada larga, de centinela, para ver el horizonte que me espera
más allá de las montañas y la niebla.

Y esto, Señor, dámelo cada jornada para poder gozar y recrear lo que tu Espíritu siembra con mimo en los espacios que piso y sueño en este tiempo tan convulso y yermo y con las utopías por el suelo.

Amén

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