Jesús fue al
monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a
Él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y
los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y,
poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: «Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a
esta clase de mujeres. Y Tú, ¿qué dices?».
Decían esto para
ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a
escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían,
se enderezó y les dijo: «Aquél de ustedes que no tenga pecado, que arroje la
primera piedra». E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al
oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más
ancianos.
Jesús quedó solo
con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó:
«Mujer, ¿dónde
están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?»
Ella le
respondió:
«Nadie, Señor».
«Yo tampoco te
condeno -le dijo Jesús-. Vete, no peques más en adelante».
Palabra
del Señor
¿Qué me quieres decir,
Señor?
¿Cómo puedo hacer realidad
este evangelio en mi vida?
Pueden ayudar estas ideas:
A veces somos como los fariseos y escribas.
Nos dedicamos continuamente a acusar, a condenar, a hundir a las personas.... Y
Jesús nos dice: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
En otras ocasiones nos sentimos como la mujer
sorprendida cometiendo adulterio. Nos sentimos mal, por el pecado, que no nos
deja ser libres, y por la crítica cruel de los demás, que no nos ayuda a
liberarnos del pecado. Y Jesús nos dice: “Yo no te condeno. Anda, y en adelante
no peques más”.
Estamos llamados a ser como Jesús: a poner en
evidencia la hipocresía de los que sea creen justos y buenos, a ser
transparencia del corazón misericordioso de Dios, a animar al que está caído,
para que no peque, para que asuma otro estilo de vida, que le conduzca a la
felicidad que busca.
¿Qué te dice Jesús? ¿Qué le dices?
Señor, también a mí me gusta acusar. Acuso a los
políticos, a los curas, a la familia, a los jefes, a los compañeros, a los
vecinos; a los más cercanos y a los que no conozco. Y tú me dices: "Si
estás libre de pecado, tira la primera piedra". Y al oírte, tengo que
bajar la cabeza y me escabullo avergonzado. Perdón, Señor.
Jesús, a veces me siento como la mujer del Evangelio.
Me acusa mi familia, mis amigos, mi conciencia… Parece que todo lo hago mal,
que no sirvo para nada. Pero, cuando levanto mis ojos hacia Ti, descubro una
mirada comprensiva y una voz amorosa, que me dice: "Yo no te
condeno". Y tu perdón me ayuda a cambiar, a renovarme. Tú me amas, me
haces feliz, me salvas.
Señor, gracias por tanto amor y por tanto perdón
inmerecido. Déjame estar a tu lado, para que tu cercanía transforme mi corazón
de piedra, en un corazón de carne como el tuyo, que sepa denunciar a los que
hacer sufrir a los demás, que consiga comprenderme y perdonarme, comprender y
perdonar, como Tú.
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