miércoles, 25 de marzo de 2015

ALEGRATE MARÍA, LLENA ERES DE GRACIA



El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.

El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo:

«¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo».

Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo.

Pero el Ángel le dijo:

«No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».

María dijo al Ángel:

«¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?»

El Ángel le respondió:

«El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios».

María dijo entonces:

«Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra».

Y el Ángel se alejó.

Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Pueden ayudar estas ideas:

La solemnidad de la Anunciación nos invita a meditar una vez más este pasaje del Evangelio, a llenarnos de alegría con la Buena Noticia de Gabriel.

Dios no nos abandona, no se olvida de nosotros, viene a salvarnos, se encarna, se hace persona humana para que seamos y vivamos como hijos suyos.

Dios no nos salva sin contar con nosotros, con un gesto lejano y frío, sino que se acerca a nuestra realidad hasta asumirla, y esto lo hace contando con nuestra colaboración.

La sencillez, la humildad y la confianza de María, son las actitudes con las que debemos acoger al Dios que se nos acerca, hoy le pedimos que nos enseñe a decir como ella: Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla lo que dices.

A mi medida. ¡Tan débil como yo, tan pobre y solo!

Tan cansado, Señor, y tan dolido del dolor de los hombres!

Tan hambriento del querer de tu Padre (Jn 4,34) y tan sediento, Señor, de que te beban... (Jn 7,37)

Tu, que eres la fuerza y la verdad, la vida y el camino; y hablas el lenguaje de todo lo que existe, de todos lo que somos.

Sacias la sed, la nuestra y la del campo, sentado junto al pozo de los hombres.

Arrimas tu hombro cansado a mi cansancio y me alargas la mano cuando la fe vacila y siento que me hundo.

Tu, que aprendes lo que sabes, y aprendes a llorar y a reír como nosotros

Tu, Dios, Tu, hombre, Tu, mujer, Tu, anciano, Tu, niño y joven, Tu, siervo voluntario, siervo último siervo de todos...

Tu, nuestro. Tu, nosotros!

Amén

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