lunes, 9 de marzo de 2015

NINGUN PROFETA ES BIEN RECIBIDO EN SU TIERRA



Cuando Jesús llegó a Nazaret, dijo a la multitud en la sinagoga:

«Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.

También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio»

Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

Palabra del Señor



¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?

Pueden ayudar estas ideas:



Jesús ensalza a dos extranjeros, A los judíos les duele, les duele mucho, tanto que pretenden despeñarlo. A veces el amor a lo nuestro, a la raza nos cierra a la verdad.

“Señor, abre nuestros ojos a la verdad, esté donde esté”

“Perdona y cura nuestra ceguera”


La cruz del viernes santo se va preparando con mucho tiempo. Jesús se va “ganando” el rechazo de las personas que se sienten aludidas por sus palabras. Ésta es también la historia de los profetas del Antiguo Testamento y de los cristianos que viven su fe con coherencia.

“Señor, danos una fe a prueba de rechazos”

“Ayúdanos a acoger con humildad la voz de los profetas”



Los paisanos de Jesús están ciegos. No reconocen que Él es el Mesías, el Hijo de Dios. También nosotros podemos estar ciegos o, al menos, con problemas de vista.


Señor, cura mi mirada apresurada y superficial y ayúdame a contemplar con serenidad y a descubrir la profundidad de lo que acontece.


Transforma mi mirada pesimista y ayúdame a ver signos de bondad y esperanza en  mi vida, en mi comunidad, en el mundo.


No dejes que mire por encima del hombro y ayúdame a ver desde abajo, al lado de los más pequeños.


Ensancha mi mirada, tantas veces interesada, y ayúdame a ver el sufrimiento de los hermanos y mis posibilidades de ayudar.


Purifica mi mirada implacable y ayúdame a mirarme y a mirar con misericordia cuando me equivoco, cuando alguien no hace lo que debe.


Dame una mirada creyente, para descubrirte en mí, en la vida de los que me ayudan y me necesitan, en la belleza de la creación, en los acontecimientos más grandes y más sencillos, más alegres y más duros de la vida.


En fin, Jesús, ayúdame a mirarme, a mirar al Padre, a las personas y al mundo, con el mismo amor con que tú miras a todo y a todos.

Amén

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