Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan,
y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de
ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas
como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y
otra para Elías».
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa
los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Éste es mi
Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo».
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro
en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo:
«Levántense, no tengan miedo».
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que
a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie
de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».
¿Qué
me quieres decir, Señor?
¿Cómo
puedo hacer realidad este evangelio en mi vida?
Camino de Jerusalén, Jesús va preparando a sus
discípulos, les advierte repetidamente que va a ser arrestado y crucificado,
para resucitar al tercer día. Ante el panorama que describe Jesús, los
discípulos se entristecen. En este contexto tiene lugar la transfiguración. Es
una experiencia que marcará sus vidas. La transfiguración no anula la cruz y la
muerte cercanas, pero ayudará a los discípulos a vivirlas con más esperanza.
El Señor está atento a cada uno de nosotros. Y
cuando ve que nuestra fe flaquea también nos regala experiencias de
transfiguración: en la celebración de la Eucaristía, en un momento de oración,
en la conversación con un buen amigo, de la manera más insospechada. Damos
gracias a Dios por todas esas experiencias a través de las cuales Dios levanta
nuestra esperanza y nos ayuda a asumir las cruces de cada día.
MI ORACIÓN
Señor, te damos gracias porque nos miras con amor,
conoces nuestras debilidades y malos momentos,
y nos ofreces siempre la luz de la esperanza.
Ilumina, Señor, nuestras tinieblas,
Tú, que, antes de entregarte a la pasión,
quisiste manifestar en tu cuerpo transfigurado
la gloria de la resurrección futura.
Te pedimos por los cristianos que sufren:
para que, en medio de las dificultades del
mundo,
vivan transfigurados por la esperanza de tu
victoria.
Te pedimos por todas las personas que sufren,
para que a nadie le falte, Señor, la luz de la
esperanza.
Gracias, Señor, por todas las personas,
por todos los momentos y lugares,
por todas las oraciones y celebraciones
que transfiguran nuestro corazón y nuestro
rostro,
que nos devuelven la esperanza y la paz,
que dificultades y pecados nos quitan.
Señor, que también nosotros estemos atentos
para descubrir a todas las personas
desanimadas,
para compartir con ellas el amor y la
esperanza
que cada día Tú nos ofreces a manos llenas.
Amén.
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