viernes, 2 de octubre de 2015

EL QUE RECIBE A UNO DE ESTOS PEQUEÑOS, ME RECIBE A MI



Los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»

Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre me recibe a mí mismo.

Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial».


Palabra del Señor

¿Qué me quieres decir, Señor?

¿Cómo puedo hacer realidad este evangelio en mi vida? 


Los ángeles son seres personales y espirituales no corporales, servidores y mensajeros de Dios.

A lo largo del antiguo Testamento, los encontramos, anunciando la salvación y sirviendo al designio divino de su realización: protegen a Lot, salvan a Agar y a su hijo, detienen la mano de Abraham, la ley es comunicada por su ministerio, conducen el pueblo de Dios, anuncian nacimientos y vocaciones, asisten a los profetas, por no citar más que algunos ejemplos.

En el Nuevo Testamento, el ángel Gabriel anuncia el nacimiento del Precursor y el de Jesús, protegen la infancia de Jesús, sirven a Jesús en el desierto, lo reconfortan en la agonía. Son también los ángeles quienes "evangelizan" anunciando la Buena Nueva de la Encarnación, y de la Resurrección de Cristo.

Desde su comienzo a la muerte, la vida humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida".

Pedimos a Dios que nos dé un corazón de niño, para acoger esta doctrina, expuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Agradecemos a Dios su amor y protección, manifestados en la cercanía de los ángeles.
Pidámosle que también nosotros seamos ángeles buenos: servidores y mensajes de Dios, protectores de la vida de los hermanos.

Ángel santo de la guarda, compañero de mi vida, tú que nunca me abandonas, ni de noche ni de día.

Aunque eres espíritu invisible, sé que te hallas a mi lado, escuchas mis oraciones y cuentas todos mis pasos.

En las sombras de la noche, me haces sentir tranquilo, cuando tiendes sobre mi pecho las alas de tu ternura.

Ángel de Dios, que yo escuche tu mensaje y que lo siga, que vaya siempre contigo hacia Dios, que me lo envía.

Testigo de lo invisible, presencia del cielo amiga, gracias por tu fiel custodia, gracias por tu compañía.

Tú que eres fiel custodio, enséñame tu santo oficio, para que sepa cuidar la creación y a las personas que pones en mi camino.

En presencia de los Ángeles, suba al cielo nuestro canto: gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.

Amén

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