Aunque todos los apóstoles huyeron al principio en Getsemaní, Pedro, con otro discípulo, que tenía entrada en casa del pontífice, siguió a Cristo desde lejos. Ambos entraron en el patio y Pedro fue a calentarse con los criados. Su seguimiento a Cristo nacía sin duda al amor hacia el Maestro; pero fue un amor imprudente y arriesgado.
Estas son las gradas que pisa Pedro en su caída; olvida el anuncio del Maestro de que caería aquella noche si no velaba y oraba; presuma en sus propias fuerzas; se pone en ocasión de pecaruniéndose con malas compañías; le vence la tibieza en el amor divino nacida del temor humano.
La portera de la casa se acerca a Pedro y le acusa de discípulo de Cristo. El apóstol responde que no hay tal, ni le conoce, ni sabe de lo que habla.
¿A quien niega? A Jesús, su Maestro, a quien había proclamado en Cesarea, por especial revelación divina, Hijo de Dios.
¿Porque le niega? Por cobardía ante una mujer. Dios creador del hombre y de la mujer puso en el mundo un amor maravilloso que trae hijos para la tierra y para el cielo.
Pecado grave el de Pedro, tanto más doloroso cuanto que proviene de un amigo entrañable y después de habérselo anunciadao.
Tres veces niega el discípulo al Maestro y cada vez con más deslealtad hasta jurar que no le conoce, maldiciéndose a sí mismo.
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